“¿Porqué ha ganado Trump?” me parece la pregunta incorrecta. Lo correcto sería preguntarnos: ¿porqué ha perdido Hillary Clinton?.
No se maten. Que estaba yo con los demographic elections data de la CBS y me dio un algo. Aquí el resumen: los americanos blancos (de todos estratos sociales aunque en su marcada mayoría: blancos de clase alta o muy alta y blancos de clase baja o muy baja, en una de esas paradojas ininteligibles de la vida) han votado por Trump (y su derecha radical/nacionalista/cristiana o lo que sea). Han votado por él también latinos (aquellos que al aprender inglés olvidan el español y cambian el “Juan” por “John” o aquellos cubanos de Florida que han encontrado la emancipación de los ideales revolucionarios de José Martí en los McDonalds y playas de Maimi), además de negros, orientales y otras tantas minorías. Todo mundo ha encontrado una “razón” para votar por Trump (un personaje creado, alimentado e impulsado por los medios conservadores como la Fox News). Ahora los mismos analistas, encuestadores y opinólogos de clase mundial que nos juraron que era imposible que ganara Trump, se tirarán meses de mesas de análisis explicando las tasas, porcentajes y demográficos de cómo, quiénes y porqué han votado en la elección de este martes. En una forma un tanto freudiana de encontrar a los culpables. A quién echarle la culpa.
Por la Hillary han votado aquellos americanos blancos ya más jóvenes y menos dogmáticos (la clase más media). Los que viven el sueño americano a la Hollywood. Los que ven Modern Family no con displicencia sino como ideal aspiracional. Esos que sueñan con un mundo ecológico lleno de pandas en las calles. Los que quieren liberar a Willy y fuman mota y comen brownies los fines de semana para el relax. También los latinos y los negros (en su mayoría, pero NO todos) y aquellas otras minorías vapuleadas por el ideólogo de Trump durante su campaña (creo que solo le faltó ofender a los muggles sangre sucia y a los pelirrojos). Sin embargo no fue suficiente, y mi explicación es muy sencilla.
Por raro que parezca, el país padre de la democracia mundial, es quizá uno de los menos democráticos. Una paradoja consistente con la evolución de las sociedades todas. Nos convertimos en eso que decimos no ser. Nos convertimos (las sociedades y las personas) en nuestra propia desgracia. A través de la historia, todas las sociedades cúspide han caído por su propia cuenta: Griegos, Romanos, Persas, Españoles, Franceses, Ingleses… Aquellos griegos por no haberse unificado nunca o aquellos romanos por llevar la temible opresión a sus tierras conquistadas, o aquellos españoles por saquearlo todo y dejar nada. Siguiendo ese camino evolutivo de la autodestrucción, los Estados Unidos se han convertido en un país (EL país) menos democrático entre las grandes potencias desarrolladas. Hillary Clinton ha tenido más votos que Donald Trump en la elección general. Así de fácil. Casi 339 mil votos más (con el 93% computado). Pero de cualquier forma ha perdido. *Paréntesis: Felipe Calderón ganó la elección de 2006 con solo 234 mil votos de diferencia. Cierro paréntesis.
¿Porqué? Porque allá no gana el que más votos tiene (cruel contrasentido) sino el que más estados gana. Estados que a su vez poseen un valor numérico arbitrario. Así New Hampshire vale 4 puntos, California 55 o Wyoming 3. El que llegue primero a 270 puntos gana. Los californianos llevan años solicitando un mayor número representativo de senadores y puntos electorales al tener casi 540% más habitantes que Alaska, que recibe 3 puntos electorales, por ejemplo. Así, en una bizarra simulación democrática, gana no el candidato que “todos” quieren, sino el que mejor acomoda sus piezas. Las más de las veces -ya sea por pura lógica o mera coincidencia- el que más estados gana también es el que más votos ha obtenido en general. Sin embargo, sus excepciones ha habido. Como ésta, o aquel año 2000 donde el vicepresidente Al Gore ganó las elecciones generales pero perdió en los puntos y mocos: 8 años de Bush.
Ahora, no se necesita ser un experto analista estadístico salido del MIT para saber que una persona dispuesta/convencida/entusiasmada en votar por Donald Trump (y todo lo que él y su “discurso” representan) muy difícilmente podría cambiar de parecer. Yo luego no entiendo a la gente que se enoja con los trumpbelievers y que a punta de enojos, gritos y memes quieren hacerlo entrar en razón:
-¿Cómo puedes votar por un xenófobo, machista, ignorante que no cree en el cambio climático, y que quiere echar bombas atómicas por todos lados?
-¿No has visto los videos donde sale diciendo que le gusta agarrar vaginas de mujeres?
-¿Estás pendejo? ¿Loco? ¿Ciego?
– Ah meno sí, ya me hiciste entrar en razón. Gracias, cuánto te debo.
Pues no. La cultura del americano promedio blanco y cristiano es esa. Creer de forma fanática en Dios y su país (igual de fanática que los extremistas islámicos que dicen no comprender). Creer dogmáticamente en ideas cliché o frases patrióticas comunes que no dicen nada. Así son, qué esperaban. Hace menos de 50 años (50, no 200 ni 500) el mismo país que acaba de elegir a Trump le tenía prohibido a sus habitantes de raza negra asistir a la misma escuela que los blancos, o subirse al mismo autobús, o caminar por el mismo lado de la calle. Hace solo 50 años. Muchos (muchos) de ellos aún vivos y votando y educando hijos. Denles chance.
Lo que yo pienso es que esta elección no la ha ganado Donald Trump, ni la derecha, ni los conservadores, ni el retroceso de la humanidad. Más bien la ha perdido Hillary Clinton, y –sobre todo- la han perdido los millenials. Alguna vez escuché explicar a Bill Maher que la razón por la que los Republicanos ganaban tanto es porque son cien veces mejores que los Demócratas para hacer valer su discurso. Para infringir miedo. Crear la duda. Generar la reacción. Atacar las emociones. No importaba la tontería que dijeran o la falta de rigor ético o científico, o si simplemente se soltaban inventando madre y media si al final de su intervención veían a la cámara fijamente, y con ojos enternecidos aplicaban la: “God bless America”. La multitud se enardecería y se acordaría de alguna escena del Soldado Ryan o del Día de la Independencia y soltaría el llanto.
Al final esta elección ha sido eso. Han logrado convencer a los millenials e indecisos (y quizá al mundo entero todo) de que Hillary Clinton era igual de mala o peor que cualquier candidato tradicional republicano o demócrata o del que fuere. Que representaba el establishment. Todo eso que está mal en los políticos y en America. Todo eso de lo que “ya habían tenido suficiente”. Han logrado convencer(nos) de que los Estados Unidos son la peor porquería de país desde la República del Congo de los años 70. Y que había que hacerla “great again”. Los Republicanos y sus medios han hecho eso: convencer a su sociedad (y el mundo) de que eran una piltrafa de país. Y –vaya paradoja- un peligro para todos. Pobre Obama, me da un algo, se los juro. El primer presidente electo de raza negra en la historia de un país “racista” demuestra que la cosa ha sido más bien contra ella (la Hillary). El mensaje que han mandado los gringos es que sí, son capaces de elegir y reelegir y hasta querer y agarrarle cariño a un presidente negro pero a ella no. Y no por ser mujer sino por ser “política”. Establishment. Lo de siempre.
Al americano promedio y/o millenial o lo que fuese no le ha importado revisar mucho los números. Obama agarró un país en bancarrota y en múltiples guerras. Aquella bancarrota histórica de los bancos tradicionales y de Walt Street del 2008 (su Fobaproa) y de su rescate financiero por más de 700 billones de dólares (la más grande de la historia mundial). Y sus guerras activas en Irak y Afganistán. De donde ya ha retirado a sus soldados casi en su totalidad (de los 200 mil soldados que tenía desplazados al inicio de su mandato, hoy solo quedan 4 mil en Irak y 9,800 en Afganistán, y solo ya en labores de entrenamiento). Y se aventó 8 años sin invadir ningún país. Aún Siria, donde la población civil ha quedado atrapada entre un gobierno que tira bombas biológicas contra su propio pueblo, y extremistas oprimidos dispuestos a decapitar toda cosa que camine y no exclame Allahu àkbar. Y les ha dado cobertura médica gratuita, elevado el ingreso, estabilizado las finanzas y bajado las tasas de criminalidad. Se dejó de niñerías y terminó con el bloqueo infantil a Cuba. La visitó. Jugaron béisbol. Apoyó la legalización de la marihuana en varios estados y puso a dos mujeres (la tercera y cuarta -una hispana- en la historia) en la Suprema Corte de Justicia. Me parece, además, haber leído que el Washington Post le otorgó un reconocimiento como el presidente con la racha más larga en la historia de ese país en –lea esto-: no haber tenido ningún escándalo. Sí, allá dan premios por eso. Además de su Nobel de la Paz en 2009 por sus políticas de desarme nuclear.
Sí, la Hillary representaba el continuismo/establishment de todo eso. De esa “porquería” de país. La cosa se complicó cuando los millenials/indecisos/izquierda radicales (que anhelaban a un Bernie Sanders) se tragaron las historias conspiracionales y sospechosistas de que Hillary Clinton representaba un peor peligro para el mundo que Trump por ser amiga, socia y compañera de los de siempre: los de Wall Street, los políticos arcaicos y las instituciones (que sí, sí lo era). Y que seguiría con la misma política imperialista tradicional americana (sí muy probablemente lo haría). Y que cambiaba mucho de opinión (también es verdad). Y, que al final no se comprometería con las políticas socialistas de Sanders (cobertura médica y educación gratuita, impuestos progresivos, mejor repartición del ingreso, ampliación de los derechos civiles, etc.) sin importar que el propio Sanders y el presidente Obama se cansaron de decir que no solo Hillary era la «menos peor», sino que era una gran candidata. Escogieron creer que todo eso era mentira. Y que, en efecto, tenían una porquería de país. Peor que la Perú de Fujimori de los 90.
En lo personal me ha parecido siempre que el mundo no podría tener presidentes más absurdos y PELIGROSOS que la dinastía Bush (padre e hijo). Y lo sostengo. Ellos sí invasores (ambos de Irak), petroleros y con conexiones tan sospechosas que los rastrean hasta los atentados mismos del 9/11, y que representan el cúmulo de la oligarquía americana más terrible. Trump es un perro que ladra. Los Bush muerden (o te invaden). Aquel sí porquería de país que Bush le heredó a Obama, hoy ya no lo es.
También, en lo personal, no creo en la cursi utopía liberadora del presidente americano que terminará con su propio imperio. Aquel liberador universal que terminará con el imperialismo yanqui, la dominación mundial, el neoliberalismo y las políticas colonialistas. Ni siquiera Bernie Sanders. ¿Porqué alguien haría eso?. Entregar el mundo. Dejar el poder. Hacerse el harakiri. Qué clase de imperio mundial cursi y ñoño haría eso. No lo entiendo y por eso no lo creo. En lo que sí creo es en que hay formas de dominar. De controlar el mundo. Sí creo que hay una diferencia fundamental –y sustancial- entre un presidente americano que manda 200 mil soldados a invadir Irak, acabar con todo y apropiarse de su petróleo, a uno que manda un par de grupos especiales y drones a Siria por que la situación ya no da para más. Estados Unidos es al mundo lo que alguna vez el Imperio Romano, o el Persa o el Británico. Créame que la cosa podría ser peor.
Creo que, muy probablemente (y aquí no usaré la frase común de: “muchos analistas piensan”… porque si algo han demostrado esos babosos es que valen pa pura madre, sin embargo, yo eso creo) que si el candidato hubiera sido Bernie Sanders, muy probablemente hubiera ganado con el mismo margen holgado con que ganó Obama en 2008 (365 a 173 votos electorales) y 2012 (332 a 206). Sin embargo, el consuelo no es ese. La elección no la ha ganado Trump, ni siquiera la ha perdido Clinton (o –para su efecto- Bernie Sanders): la ha perdido el partido Demócrata (que tendrá que reformarse) por haber hecho hasta lo imposible por imponer a Clinton como la candidata sabiendo que el riesgo de perder en las generales era más grande. La han perdido los medios, no los conservadores sino los liberales, por hacerle el juego a la propaganda anti Clinton. Y –sobre todo, y aquí el énfasis- la ha perdido la clase media (la panchera). Otra vez. Los millenials. Los que por hacerle al muy salsa o al muy intelectual no han ido a votar, o lo han anulado, o regalado a alguien más. O se han puesto a hacerle caso a Susan Sarandon (y tantos liberales más) que invitaban a votar por todos menos por Clinton.
Igual que el Brexit en Reino Unido, o las Tratados de Paz en Colombia, o las elecciones en España: la clase media joven, millenial, muy salsa y revolucionaria, lo ha decidido todo al revés. Solo que acá, las evidencias son más crueles. En esos 3 mugrosos estados, donde siempre se ha sabido que se define todo (Ohio, Florida y Pensilvania), Trump ha ganado con menos del 1% de diferencia entre él y la Hillary. En el caso de Pensilvania, por ejemplo, no han sido ni 80 mil votos de diferencia (mas o menos la cantidad de gente que entra al Azteca en un día de futbol entre semana). Y en cambio, los otros candidatos independientes (algo así como sus Quadris y sus Cuauhtémocs Blancos): Gary Johnson (fumador de mota que no supo contestar ningún nombre de algún presidente internacional) y Jill Stein (doctora vegana practicante de yoga) han logrado obtener cerca del 3% de los votos conjuntos en esos estados. Sí, ese mismo 3% que en cada uno de esos necesarios estados le hubiera dado la victoria a la demócrata. Y pum, Clinton presidente. Pero pues: ¡millenials!. Le han hecho caso a la Sarandon y a los radicales de izquierda sospechosista y se han ido a votar por los otros 2 cuates (o, lo que es peor, no han ido a votar). En ese tradicional y absurdo voto inútil de la izquierda rebelde. Ese de los académicos e intelectuales pancheros que en cada elección invitan a anular el voto o regalarlo a alguien en forma de “protesta” porque nadie los “representa”. Sin importar que, para efectos prácticos y reales, ahora se tengan que soportar 4 años de presidencia Trumpiana. O 6 de Peña Nieto. O aquellos de Calderón.
Nunca he entendido a esa izquierda panchera y cursi. La que protesta regalando el poder. En fin, la situación es un delirante enigma. No hay forma de saber aún si Donald Trump es un perro que ladra o muerde. Lo cierto es que lo han ganado todo: casa de representantes y senadores. Y se aseguran con esto sus propias nominaciones a jueces en la Suprema Corte. Le han dado un cheque en blanco. Ni hablar. Esperemos tengan razón (izquierda panchera), y con esto le den una lección a los Clinton, demócratas y al mundo entero todo. Espero nos la den. Sí que sí.
Sigo creyendo que el votante mexicano no es el más calificado (que digamos) para quejarse de la elección americana. Sigo pensando que, si nos dejaran votar allá, hubiéramos elegido a Donald como por 200 puntos electorales más. Hubiese sido una victoria avasalladora. Tenemos los Peñas Nietos, Niños Verdes, Duartes, y goberpeciosos para probarlo. Sigo creyendo mucho, y cada vez más, que las decisiones importantes de nuestros tiempos las están tomando ya los millenials. La clase media con acceso a memes y a Facebook. Y que ya no habrá a quién más poder echarle la culpa. Sigo pensando también, porque acabo de leerme la encuesta de El Universal -que por más “amañada” que esté y que aunque ya sabemos que las encuestas sirven para pura madre- que hay chingos de gente que está contestando que Margarita Zavala debería ser nuestra presidenta. Así que, tengan tantita mamá. No se quieran pasar de verga.
Entre son peras, manzanas o naranjas xenófobas yo ya hice mis compras de pánico. Me lancé por mis atunes y latitas de frijolitos bayos por si se viene el apocalipsis zombie. Recuerde que, y en palabras del baboso de Ricky Gervais: “en un par de años estaremos muertos todos, y nada de esto habrá importado”. Ese sí es el consuelo.
De nada.
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