Vengo a hacer una ampliación / aclaración/ extensión de lo ya dicho. Si bien en la última parte me dediqué a ahondar en el “porqué” de la victoria de Trump: donde básicamente le echo la culpa toda a los millennials, clase medieros y a esa izquierda radical sospechosista que se tragó completito el discurso mediático de que los Clinton son peor que los Bush, y además, lo alimentaron (desde esa retórica sospechosista). Y de que, para hacernos entrar en razón a todos -y a modo de receta-: nos merecíamos padecer este cataclismo político-histórico que representa poner a un tipo como el anaranjado Trump al frente del país dueño del mundo.
Les echo la culpa (toda), porque ya con casi la totalidad del cómputo de los votos sabemos que la Clinton ha obtenido cerca de un millón de votos más que Trump en las votaciones generales, sin embargo: ha perdido la presidencia. Porque allá los votos no cuentan. Cuentan los estados y sus puntos. Y en particular cuentan los mismos 3 o 4 estados de siempre: Ohio, Florida, Pensilvania, Michigan. Estados donde Trump ha ganado por la diferencia más mínima. Tan mínima como la gente que cabe en una colonia o barrio, o estadio de futbol. Tan mínima que hubiese bastado con no regalarle el voto a los otros 2 candidatos independientes (Gary Johnson y Jill Stein) para cambiar el rumbo del desenlace final.
Les echo la culpa porque creo de manera indiscutible que una persona puesta y dispuesta a votar por Trump y su “retórica” muy difícilmente podría cambiar de opinión. Y por eso mis huevos nunca estuvieron en esa canasta. Los que cambiaron de opinión y se fueron con la finta y regalaron el voto o –peor aún- se quedaron en casa sin salir a votar: fueron los liberales millennials y la clase media súper intelectual panchera. Ohio, Florida, Pensilvania y Michigan fueron estados ganados por Obama en sus dos elecciones a presidente (con holgada diferencia). Nada más que ahora no les dio la gana.
La aclaración/extensión ésta viene al caso porque pareciera no se dimensiona correctamente la problemática de un: Trump presidente. Y me refiero tanto a la alarmista derecha mexicana que se cree que esto es el fin del mundo, como a la izquierda esa “ortodoxa” y testaruda de La Jornada que realmente piensa que nada de esto tiene la mínima importancia y de paso también, es culpa de Salinas o el Fobaproa.
Sigo creyendo que el “peligro” de un Trump presidente nada tiene que ver con su presidencia. Ni con lo que pudiera hacer con ella. El mundo ya ha soportado 12 años de presidentes Bush, y sobrevivimos. Bueno, los de este lado, porque el Oriente Medio sigue estando en la devastación y la hecatombe. La mitad de los problemas mundiales actuales: las guerras civiles de medio oriente, el renacimiento de los fundamentalismos, el terrorismo, la Islamofobia, la pobreza extrema, la migración mundial, todos y cada uno de ellos tienen una misma raíz descendiente: el petróleo (su petróleo), los Bush, la oligarquía americana, el colonialismo.
Trump no representa eso. Ni a ellos. Ni al Tea Party. No es Republicano (nunca lo fue), y sí lo fue Demócrata en el pasado. Trump se representa a él mismo. Representa la historia absurda de un tipo burdo (y sin méritos) cualquiera que ha logrado convertirse en presidente del país más poderoso del mundo. La victoria de Trump representa eso: una historia burda. La historia ridícula de cuando los medios agarraron un payaso de la tele y lo hicieron presidente. No la historia clásica del sueño americano, sino la del declive conceptual de la democracia americana. Representa eso: el fin de su democracia.
Me parece que si algo se puede rescatar de lo dicho en las campañas electorales gringas, y del discurso hecho por ambos partidos a su electorado, es aquel sobre economía política. Ambos (Trump y la Hillary) -por motivos diferentes- han apostado por un discurso paradójicamente antineoliberal. Antitratados comerciales, antioffshoring de capitales y mano de obra. Ambos han optado por decirle a su electorado que el neoliberalismo desmedido trae consigo pérdidas de empleo, y que solo reafirma y acrecienta la injusta repartición del ingreso. Hace a los ricos más ricos, y a los pobres más pobres. Algo que nosotros, los países subdesarrollados tenemos sabiendo como desde 1994. Eso de que el neoliberalismo solo trae consigo (a las naciones de abajo) empleos patito. De obreros maquiladores. Sin salarios justos, prestaciones, calidad de vida. Que el neoliberalismo trae consigo una guerra, entre los países de abajo, por ver quién pasa leyes laborales más jodidas para “fomentar la inversión extranjera”. Y entre las naciones de arriba ocasiona una deslaborización de la clase media y baja, al quedarse sin empleos. Y que al final es eso: ricos más ricos, pobres más pobres.
Claro, Bernie Sanders lo explica desde el punto de vista del obrero. Desde el anticorporativismo y el capitalismo especulativo. Desde la corrupción administrativa y desde la injusticia social. Desde la aplicación de impuestos progresivos. Donald Trump lo explica echándole la culpa a los chinos, o los mexicanos, o la falta de talento entre los economistas estadounidenses para firmar tratados más “chingones” que solo beneficien a ellos. Sin embargo, y lo rescatable es, que el “neoliberalismo” ya también le pegó a los Estados Unidos. Uff, menos mal.
Así las cosas, el peligro de Trump no radica en su presidencia. En lo que pueda hacer. Más allá de las cantaletas y los golpes de pecho de la derecha e izquierda relajada mexicana que se empecinan en decir que la deportación de mexicanos y el muro en la frontera son la peor crisis mexicana desde el terremoto del 85. Cuando, y para ser justos, México cuenta con leyes antimigratorias mucho más severas y punitivas que las de nuestro país vecino. En México, hasta hace poco, la migración ilegal era considerada delito. Castigada con cárcel. En Estados Unidos nunca lo ha sido (nos dan 3 strikes). En México nunca nos hemos cansado de meter a la cárcel a aquellos migrantes salvadoreños o guatemaltecos o hondureños que entran a nuestro territorio sin papeles. Es más, ni los hacemos en el mundo. En Estados Unidos simplemente los deportan. Los regresan. Sin mencionar además la diferencia en la calidad del trato. Allá atinan con darles algo de comer. Acá los extorsionamos y los despojamos de lo poco que traen. O los dejamos a merced de los Zetas para que los recluten o los entierren en San Fernando como pinches bultos. Además de que es importante mencionar, y dejar en claro, de que la única y verdadera solución a la problemática de la migración mexicana y la erradicación del muro, se lograría solo con una mejora auténtica y sustancial del país que tenemos. Ya saben, un país sin tantos Duartes, y Borges, y casas blancas, y tanto PRIAN. Un país donde la gente quiera quedarse. Donde merezca quedarse. Así de fácil carajo.
Me parece entonces necesario decir, para aquellos alarmistas y su contraparte (los “aquí no pasa nada eso ni nos afecta Trump es una cortina de humo de Salinas”) que el verdadero peligro de eso que representa Trump se ubica en una ventana más grande (the big picture). En la humana. En la de la humanidad. La antropológica. El peligro de Trump no se sitúa en su presidencia y lo que vaya o pueda hacer con ella. Habita en eso que está generando. Habita en la posibilidad de una semilla cultural equivocada. Una semilla que (ya sabemos) podría germinar en catástrofe. En terror: niños gritando a otros niños en una escuela primaria que se “regresen a su país”, gente escupiendo y golpeando a otra gente en las calles, hombres amenazando de muerte a otros por ser de piel marrón, personas no queriendo compartir calles, o autobuses, o salones de clase, o espacios públicos con mexicanos o musulmanes o afroamericanos o homosexuales, jóvenes gritando a otros “build that wall”. Gente odiándose. Gente alienándose. Gente dispuesta a ir a la guerra entre sí. Y, además –y aquí el peligro- a ver todo esto como algo normal. Personas que crecerán y educarán –ahora- con esta semilla:
La gente luego se cree que, por ejemplo, la Alemania Nazi fue solo Hitler o Goebbels o la élite del Tercer Reich, cuando, en efecto, la Alemania Nazi fue eso: Alemania. Un país entero. Ciudadanos de todas clases tomando las armas para defender lo que creían suyo: su superioridad. Hitler no piloteó los aviones, ni disparó las armas, ni soltó las bombas. Hubo gente que se subió a esos aviones, y que tomó esas armas, y que soltó esas bombas. Que salió a las calles a gritar consignas y a escupir, y amenazar y a dar la vida. Todo eso que terminó en lo que conocemos como “Guerra Mundial”, comenzó de la misma forma: gente no queriendo compartir la misma calle, o la misma barbería o el mismo tranvía con judíos. Comenzó con gente culpando a otra. De todo. Comenzó con esa misma semilla cultural del odio. Hoy el mundo, no solo Estados Unidos, voltea una vez más hacia la derecha ultraconservadora: Rusia, Reino Unido, quizá Francia, Europa del este. Ese es el peligro. El antropológico de no haber aprendido ¡nada!. Con eso se han puesto a jugar queridos millennials y académicos de izquierda. Con eso.
Aquí la explicación estilo Neil Degrees:
Hace varios miles de millones de años, a partir de una condensación extraordinaria de partículas subatómicas, sobrevino una inmensa explosión. Que lo formó todo: la materia, la gravedad, las galaxias, las estrellas, los sistemas solares, los planetas. El universo se comenzó a expander, y poco a poco, todo se fue acomodando. Otros miles de millones de años después se formó nuestro sistema solar. Así como lo conocemos. Y existió la Tierra. Un planeta que por su órbita y distancia al sol cuenta con las condiciones climáticas, químicas y físicas necesarias para la generación de vida unicelular. Miles de millones de años después, esa vida unicelular tuvo lugar: la célula que lo comenzó todo. Con el tiempo -y los millones de años- esa célula se dividió en dos, y después en tres, y se crearon los primeros organismos pluricelulares. Y con ello la vida. Algunos tantos millones de años después, el primer animal marino se arrastró fuera del agua y aprendió a extraer el oxígeno del aire, ya no del agua. Aprendió a respirar. Y así hubo los primeros reptiles, y sus dinosaurios. Y se sabe que cayó un meteorito por las costas de Yucatán (hace más de 65 millones de años, en el Cretácico) que acabó con los grandes reptiles: y así tuvo lugar la época de los mamíferos. Y que de esos mamíferos, con el paso de los años (tantos), aparecieron los primeros primates. Que hace unos 6 millones de años, el Australopithecus afarensis ya caminaba erguido. Sin el apoyo de las manos. Que el Homo habilis ya contaba con dedos pulgares opuestos y con ello el inicio de la ciencia, de la tecnología: la capacidad de manipular herramientas. Sabemos que a partir de ahí, la evolución de la especie humana (el Homo Sapiens) ha consistido –básicamente- en el agrandamiento de la cavidad cerebral. Que la evolución encontró en ese lugar (el cerebro) nuestra mejor arma evolutiva para la supervivencia. Y sabemos que a partir de un par de ríos (el Tigris y el Éufrates asentados en lo que –paradójicamente- hoy conocemos como Irak y Siria) se formaron las primeras grandes civilizaciones. Y sabemos que hoy, en el año 2016 después de la “venida del hijo de un Dios”, tantos cientos de períodos históricos después, de incontables guerras, 2 de ellas “mundiales”, del iPhone, del Instagram y el Facebook: nos hemos tomado (nosotros la humanidad) ese lento, pausado y complejísimo proceso evolutivo de la existencia de la vida: por los huevos. Una vez más.
Que si aquel primer organismo pluricelular en salir del agua se hubiese enterado que algún día un baboso millennial no iría a votar en forma de «protesta» y con ello dejar el destino de la humanidad a cargo de un anaranjado “tocador de vaginas”: no hubiese salido nunca del mar. Ni aprendido a respirar.
Fin.
Comentarios