Acabo de prender la tele, a tres días de la muerte de Fidel Castro, son las 6 de la tarde (tiempo de Cancún) y sintonizo el canal 13 (uno de los 4 canales de mayor cobertura nacional, quizá el segundo en importancia y audiencia): dos conductores (una chica y un chico de escaso recurso intelectual y de nulo atractivo físico) entrevistaban a la dueña de un perrito maltés, sin mayor atributo –al parecer- que el de ser su dueña. Intentaban conseguirle un amiguito –otro perrito- para que fuera su cita a ciegas y ambos pudieran irse a correr por el parque juntos. La gente (o “teleaudiencia”) hacía llamadas al estudio –gastando su tiempo y dinero- debiendo exponer los motivos razonables por los que consideraban a su mascota como LA opción ideal para esa cita a ciegas. Todo esto atiborrado de gritos, pirotecnia e invitaciones por parte de los conductores a que el perrito maltés se diera la “vueltecita” frente a la cámara y así pudiéramos admirar todos su hermoso cuerpecito. Lo que le platico tuvo una duración aproximada de unos 20 minutos de televisión nacional –y de nuestras vidas-. 5 humanos (más todos esos humanos detrás de cámaras) utilizando los más modernos y avanzados recursos tecnológicos disponibles por la humanidad hoy en día, más los recursos económicos (claro está) que conlleva el proceso mismo del broadcasting para: conseguirle una cita a ciegas a un perro maltés.
Así mismo, recuerdo no hace más de dos meses, haber prendido la misma televisión que ahora le platico para atinar con la noticia primordialísima de que: Ninel Conde era “la nueva reina de la banda”. Hubo 5 minutos de entrevistas y 10 minutos de mesa de análisis. Así como le digo. 15 minutos de “análisis” televisivo para dar con el veredicto irrevocable de que: en efecto, Ninel es la “nueva reina de la banda”. Y háganle como quieran. Ella es su reina. Punto. Aniwei, usted dirá: “¿y eso qué carajos tiene que ver con Fidel Castro?” –pregunta justa-. Yo le contesto: ¡absolutamente todo!.
En este ir y venir de columnas de opinión, mesas de análisis profundísimas, Facebook, y el vendaval de aforismos cursis y/o condenatorios que es Twitter, uno parecería estar destinado a escoger entre el Fidel tirano, opresor y dictador que llevó a Cuba a la desgracia, o el Fidel revolucionario idealista, que cambió el mundo y conquistó la utopía. Y a mi no me dan la gana ninguna de esas dos absoluciones. A mi me dan la gana los matices. Siempre.
Nunca he creído en los héroes ni en los villanos. Básicamente porque la antropología nos lo niega. Porque la explicación –y el destino- de la humanidad y de sus civilizaciones: siempre ha estado en su colectivo. Nunca en su individualidad. Así, el Nazismo de Hitler se dilucida con sus papases y mamases que lo educaron de niño -para empezar-, y con los papases y mamases de esos mismos papases y mamases, y así sucesivamente en retroceso hasta el infinito. Se explica también con sus amigos de infancia y adolescencia, con su familia y su arraigado y férreo catolicismo. Además de con su período histórico: el del Imperio Austro-Húngaro (donde nació) y el de la Alemania de la post guerra (la primera) y el Partido Obrero Alemán. Se explica entendiendo la procedencia de las “ideas” que desarrolló Hitler, y del país entero que se enamoró de ellas. Así igual, la revolución de Fidel y aquel Movimiento 26 de Julio, se explica desde José Martí, desde Marx, Lenin, y la Guerra Fría. Desde la Doctrina Monroe y el colonialismo americano. Desde Adam Smith o Keyness o Eisenhower o Stalin. Se explica desde todos esos libros (y quienes los escribieron) que se leyeron de jóvenes Fidel y el Ché y Cienfuegos y compañía. Y se explica –para empezar- desde la dictadura militar de Fulgencio Batista y la dominación americana en la isla. Todo en esta vida es una maldita explicación interminable que comienza con aquella explosión primaria de la que ya le hablé alguna vez. Así que: no héroes, no villanos, sino chingos de explicaciones.
Aquí la mía sobre los 3 más grandes mitos de Fidel Castro, la Revolución Cubana y la de los opinadores que lo condenan:
LA DEMOCRACIA.
El primero y el más grande de los mitos por el que los liberales, intelectuales de alto mundo, académicos e influencers de Tuiter lo condenan. A él y a toda la revolución. Se lo divido en 2 partes:
1)”En Cuba no hay elecciones”. En Cuba SÍ hay elecciones. Elecciones parlamentarias cada 5 años donde se eligen a los representantes de la Asamblea Nacional y donde cualquier ciudadano cubano puede contender libremente. Esa Asamblea Nacional del Poder Popular (que funge como el Poder Legislativo) tiene entre sus funciones elegir a un Consejo de Estado y a un Consejo de Ministros, que a su vez eligen a un presidente. Cuba cuenta con un sistema parlamentario unicameral. Según la propia UNESCO y visitadores internacionales que se dieron cita en las últimas elecciones nacionales de la isla en el 2013, la participación ciudadana estuvo arriba del 90% del padrón electoral. Así es, el 90%. La participación más alta –y por mucho- de todo el continente americano. En México, cuando bien nos va, o no hay partido de futbol, llegamos al 60%. Mismo número que alcanzó Estados Unidos en estas últimas elecciones.
Sí, es verdad, siempre ha ganado el Partido Comunista de Cuba (PPC). Pero, allá ellos. Y sí, existe disidencia, y oposición, y todo eso que existe en las democracias de occidente. Y sí, también existen críticas severas al proceso mismo de las elecciones y de su transparencia. Como en todas las democracias del mundo. Acá en México, por ejemplo, hemos mandado quemar boletas electorales por orden de la Cámara de Senadores y Diputados como en aquel 1988, o las del 2006 (por orden del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación en el 2013) para que no podamos volver a contarlas nunca. Ósea, que nos quedemos con la duda eterna. Y también permitimos la compra de votos con vales de despensa. Los desafueros, el robo de urnas, las tarjetas de Soriana y harta cosa más. Ni siquiera permitíamos la candidatura de ciudadanos comunes y corrientes hasta hace 2 años. En Estados Unidos, por ejemplo, ni siquiera gana el que más votos tiene (me da un algo, se los juro), gana el que más puntos por estados va obteniendo hasta llegar al ocurrente número de 270. Número arbitrario y confuso.
Como sea. El chiste es que los cubanos sí tienen elecciones (a su forma y con sus cosas). Nomás que les ha dado la gana votar por el mismo partido durante 60 años. Como si no supiéramos lo que es eso. De veras.
2)”La democracia es la cosa más hermosa del mundo y debemos cuidarla”. La democracia NO es la cúspide utópica de la civilización humana. Por lo menos no la democracia patito. La premisa filosófica del concepto de democracia radica en el empoderamiento del pueblo como equilibrio, y como lanza o guía para el desarrollo colectivo. Esto es, que sea el pueblo mismo quien decida el gobierno que necesita a través de elecciones. Sin embargo, para que esto llegue a buen puerto, se necesita de un pueblo informado, enterado y capacitado para tomar esa “decisión”. Después de un par de siglos de democracia occidental nos hemos dado cuenta de que lo importante no son las “elecciones” en sí, sino los cómos, los porqués, los para qués. Que las democracias funcionales (en el sentido de que le funcionan a su pueblo) son aquellas en donde el electorado cuenta con mejor educación, con mejores medios de comunicación masiva, con mejor acceso a la información.
El problema con las democracias patito es que un payaso de televisión puede llegar a convertirse en presidente del país más poderoso del mundo (entra Donald Trump). O un actor de televisión, o un junior que plagió su tesis de licenciatura pero que está “guapito”. O el hijo mirrey de un gobernador. En las democracias patito gana no el mejor candidato o el de la mejor propuesta para su pueblo: gana el que hace mejores anuncios de televisión, el que se peina mejor, el que grita más. El que más dinero tiene.
De esta forma, la democracia puede ser igual de peligrosa que cualquier dictadura: Hitler, Trump, los Bush, Nixon, Menem, Obasanjo, Fujimori, Calderón, Peña Nieto, Duarte, Padrés, Borge… todos, elegidos bajo el cobijo de las democracias occidentales. Así que, vamos parándole al tren del mame. La verdadera utopía no es la democracia per se, sino un pueblo educado. No hay más.
LOS DERECHOS HUMANOS.
Dicen los que saben que en la isla de Cuba no hay libertades, ni derechos, ni albedrío. Y que sí hay mucha tortura, presos políticos, opresión, familias separadas. Que no hay libertad de prensa. Libertad de expresión. Dicen los que saben que allá por un par de cajetillas de cigarros la gente se prostituye y que los deportistas de alto rendimiento solo van a las Olimpiadas para escaparse de las Villas Olímpicas.
Se les acusa de censura, de no permitir el ingreso de las grandes editoriales mundiales, de homofóbicos, de anticlericalismo y de asesinos. Vaya cosa. Lo cierto es que en Cuba, como en cualquier parte del mundo, existen disidentes. Gente que no piensa lo mismo que otra y se ha ido de ahí. Casi todos en Miami. Existen en sus cárceles presos que ellos consideran delincuentes, terroristas o espías, y que la comunidad internacional considera más bien “presos políticos”. 89, para ser exactos, según una lista de la Comisión de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional dentro de la isla. 89 presos que las autoridades cubanas han encontrado culpables de planear actos terroristas o de pasar información a los yanquis imperialistas. Una lista discutible. Claro, como todo. Como igual de discutible son los otros tantos presos cubanos sentenciados a prisiones federales americanas acusados de los mismos crímenes.
En México, por ejemplo, según un estudio del Open Society Institute y del Centro de Investigación para el Desarrollo, existen cerca de 90,000 presos “legalmente inocentes”. Esto es: gente esperando sentencia o encarcelada por actos que no cometieron. Haga usted sus matemáticas. En Estados Unidos el número se estima en 120,000 presos inocentes, según un reportaje hecho por Vice en colaboración con el American Justice Summit. Qué cosa.
Cierto es que el comandante Fidel nunca quiso compartir la clave del wifi con los habitantes de la isla. Y que seguramente existe cierta censura dentro de las bibliotecas nacionales. Que seguramente leer a Heberto Padilla ya no es una recomendación gubernamental. Y que debería haber más periódicos, y prensa y medios de comunicación descentralizados. Cierto es (y en esto, por ejemplo, soy muy firme) que debería haber una postura mucho más flexible para la libre migración del cubano que decida entrar y salir de su país. Así sin más.
Igual de cierto es (también) que la desregulación absoluta de los medios de comunicación masiva dan lugar a: esos 20 minutos de televisión nacional para buscarle una cita a ciegas a un perro. O esos 15 minutos para decidir a la nueva reina de la banda. O para, entre broma y broma, sobreexponer a un personaje como Trump y terminar por hacerlo presidente. O al esposo de la actriz de telenovelas. Cierto es que los medios de comunicación, bajo la libertad absoluta, acrecientan la desigualdad social. La fomentan. La terminan de estropear. Hasta meterla en un círculo vicioso del que podría no haber salida.
No contar con medios de comunicación libres y descentralizados puede ser muy peligroso. Sí. Pero no más peligroso que contar con programas “libres” como Laura en América, La Rosa de Guadalupe, la barra infinita de telenovelas, los infomerciales de media noche, los noticieros de Televisa o la Fox News. Así las cosas, los cubanos han apostado por controlar lo que se dice para que el pueblo no se apendeje. O se quiera salir a comprar productos imbéciles que no le sirven para nada. Han apostado ellos por el hermetismo. Por no convertirse en zombies de la televisión y del consumismo. Una apuesta igual de válida que cualquier otra.
Me gustaría decir que en mi visita a la Habana atiné con dar con Sodoma y Gomorra. Pero pues no. Existe la misma prostitución que en la Zona Rosa, o la Merced o que en Plaza del Sol en Guadalajara, o la zona de el Raval en Barcelona o la de Sunset Boulevard en Los Ángeles o Copacabana en Río de Janeiro. La prostitución existe en todos lados carajo. En Ámsterdam, las mujeres (dueñas de su cuerpo) se rentan al mejor postor encerradas en vitrinas que dan a la plaza principal, las iglesias, bares, escuelas y jardines de niños (en los países de alto mundo ya le han perdido el miedito cursi al sexo). Solo que en Cuba, a diferencia de México, la prostitución se ha regulado. Criminalizando a los proxenetas y la trata de blancas, y ofreciendo asistencia médica y educativa a aquellas que decidan darle uso comercial a su cuerpecito. Que por cierto -habría que decir- es de calidad gourmet. Cada quien es dueño de su cuerpo: he ahí el verdadero liberalismo.
Ahora, me gustaría decir con un énfasis infinito que el tuit de Felipe Calderón deseándole “la pronta libertad” al pueblo cubano por la muerte de su “dictador” me vino como calambre de testículos. Un calambre de 121 mil muertos (según cifras de la misma INEGI) y que ha sido la cifra oficial de muertos contabilizada durante su sexenio por la llamada “Guerra contra las drogas”. Los muertos de Calderón suman 121 mil 163 personas (más de 310 mil personas si se hace la suma de los otros 2 sexenios del 2000 al 2016). 1 muerte cada 30 minutos, según un reporte entregado por la Procuraduría General de la República al Senado (en el año 2014). Y que además -decía el reporte- superaba en 3 a 1 a otros países con conflictos bélicos en el mismo período como Irak, Sri Lanka y Libia. 3 veces más muertos en México que en cualquier país del Medio Oriente terrorista.
Para ponerlo en contexto, la población de Cuba en ese período temporal Calderonista del 2006 al 2012 se calcula -según su último censo- en un promedio de 11 millones de cubanos. Si Felipe Calderón hubiera sido su presidente: habría exterminado al 2.8% de su población.
Habrá que precisar también que en 60 años de “dictadura cubana” no se han encontrado fosas como las de San Fernando (con 72 migrantes centroamericanos asesinados), o las de San Pedro en Coahuila (600 muertos) o las de Cocula, Acapulco, Altamirano, Durango, Taxco y un largo etc. (etcétera calculado en 224 fosas clandestinas del 2006 a la fecha), así como las matanzas gubernamentales de Tanhuato, Aguas Blancas, Acteal, Ayotzinapa, Nochixtlán, Atenco… o las más de 1,800 mujeres asesinadas o violadas o desaparecidas en Ciudad Juárez. O los más de medio millón de secuestros registrados en lo que va del 2000 a la fecha. Sí, habría que precisar mucho eso mi Felipillo.
Sin querer recurrir a ese viejo artilugio argumentativo del: “nosotros estamos mucho más de la chingada que ustedes, y ya por eso ustedes están bien” sí precisar que aquellos que son los primeros en atacar y denostar deberían ser los últimos. Que, por ejemplo, en Estados Unidos según un recuento del periódico The Guardian, la cifra de afroamericanos muertos (desarmados) a manos de policías este año 2016 ya va en 196. Y de ahí su Black Lives Matter. Y que así como organismos como Human Rights Watch ha hecho serías denuncias sobre las detenciones arbitrarias en Cuba y sobre sus tratos policíacos, también los ha hecho sobre países como México, Estados Unidos, Colombia, Venezuela, Brasil, Argentina, España, Chile… y así, otro largo etcétera.
Que en cuestión de derechos humanos querer comparar a Cuba con Somalia, o Siria, o Irak es totalmente desproporcionado. Que sería más proporcionado compararla con países como el nuestro o los americanos, y que, para parafrasear al gran #LordEmpanadas: matemáticamente no nos convendría mucho que digamos.
LA POBREZA.
Vámonos rápido. Existe, desde 1960 un embargo (bloqueo) económico estadounidense a la isla de Cuba. El embargo consiste en tratar como delito la actividad comercial de cualquier ciudadano o compañía americana (además de sus filiales extranjeras) dentro de territorio cubano. De igual forma castiga la asistencia pública o privada, además de las visitas turísticas y cualquier trato de carácter comercial.
Cuba es una pequeña isla de 109 mil kilómetros cuadrados (algo así como el tamaño de Oaxaca y Querétaro juntos). No cuenta con ríos o petróleo o carbón o materia prima para la producción de energía. Cuenta con clima y tierras fértiles aptas para el cultivo de ciertos productos como el plátano, tabaco y la caña. Pero no así para otros básicos como el arroz, el trigo o las legumbres. De igual forma su ganadería sufre los estragos devastadores del embargo americano. No cuentan con la posibilidad de comprar la maquinaria, los incentivos, o la tecnología puesto que no existe empresa comercial que se las venda.
Durante la Guerra Fría, Cuba vivió del cobijo Ruso. De su asistencia económica y tecnológica. Pero Rusia cayó, y con ello la desolación cubana. Estados Unidos decidió asfixiar la revolución cubana: matándolos de hambre. Después de todo, ¿qué país podría subsistir sin el aporte económico y comercial de Estados Unidos?. Imagínese usted un México sin los 500 mil millones de dólares que significan anualmente el trato comercial con el país vecino. Y sin la posibilidad de hacer negocios con sus empresas: no habría Chevys, ni Fords Fiesta, ni Suburbans, ni Pick ups, ni maquinaria para la construcción, ni desodorantes Axe, ni productos cosméticos, ni hoteles Todo Incluido, ni resorts de Golf, ni Sabritas, ni iPhones, ni nada. Probablemente seguiríamos jugando con trompos y baleros y comiendo puro tamal.
La verdad de las cosas es que existen serías (y justas) interrogantes sobre las políticas económicas que los macroeconomistas cubanos han tomado durante el largo de sus años. Y cómo es que no han podido atinar con alguna solución real a sus problemas de desabasto y atraso económico mundial. Después de todo, ya han pasado 60 años. Pero no compartir esa responsabilidad con el país que decidió matarlos de hambre también es injusto.
Aún así, Cuba y su revolución se las han ingeniado para sobrevivir a ese embargo, y de paso, erradicar la desnutrición infantil, por ejemplo. Según un informe del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) en el 2016, Cuba es el único país de la América Latina sin problemas de desnutrición infantil severa. Así como lo oye. El país del embargo económico es el único que garantiza el alimento a sus niños. De todas clases.
Lo que Fidel quiso para su país fue una Cuba donde el estado garantizara (sin excusas) las condiciones más básicas y elementales. Ya sabe: la educación, el alimento, la salud, la vivienda. Durante mi paso por la Habana recuerdo con mucho más atención e impacto (que aquellas putas y putos del malecón) los espectaculares de las carreteras con frases estadísticas instructivas como: “200 millones de niños en el mundo duermen hoy en las calles… ninguno es cubano”, o “8.5 millones de niños en el mundo trabajan en condiciones de esclavitud… ninguno es cubano”. Todas cifras reales, y ciertas.
La revolución cubana fue una apuesta por la educación. Sobre todo. En el listado del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, Cuba lleva años ocupando el primer lugar en el mundo (solo por debajo del Vaticano, que no es país) en la tasa de alfabetismo. Solo 10 países en el mundo cuentan con una tasa cero de analfabetismo: Cuba, Corea del Norte, Luxemburgo, Noruega, entre otros. México, por ejemplo, ocupa el lugar 86 con una tasa de 7.2% (aunque el INEGI diga que es de 5.5%). En Cuba no hay analfabetismo, ni desnutrición ni -por ejemplo- problemas de mortandad infantil. Ocupando sitio dentro de los primeros 20 países en el mundo con una tasa de mortandad infantil de 5 (fallecimientos) por cada 1000 nacimientos. En México la tasa es de 13 niños.
En un vendaval aburridísimo de cifras estadísticas ofrecidas por organizaciones internacionales como la UNESCO, la OCDE y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo: Cuba ocupa los primeros lugares en el mundo en gasto público en educación con el 13% del PIB (en México es del 5%); en nivel de escolaridad alcanzando nivel promedio universitario para todos sus habitantes (en México es de 3ero de secundaria); y en calidad educativa, donde en reiteradas ocasiones ha dicho la UNESCO que se deberían replicar los modelos educativos cubanos. Misma situación ha dicho la OMS de su sistema de salud: Cuba ocupa el tercer lugar en el continente Americano en expectativa de vida, con 79 años (solo por debajo de Canadá y Chile).
Así las cosas, los influencers, intelectuales y corregidores de la moral de las Redes Sociales y los periódicos de alto mundo, han decidido adjetivar la realidad cubana como una realidad de pobreza extrema. Cuba, la de la escasez y la miseria por no contar con desodorantes, wifi, coches último modelo, iPhones 7, Doritos, McDonalds, Starbucks y Netflix. Sin importar que cuenten con salud, educación, alimento y vivienda. Otra vez, haga usted sus matemáticas.
Entienda, Cuba no es ningún paraíso terrenal. Ni lo es México, ni lo es Brasil, ni Honduras, o Guatemala o Haití, o Bolivia o Estados Unidos. Cuba es un cúmulo de cifras positivas y negativas, como cualquier país en vías de desarrollo del mundo. Cuba es un país acusado de persecuciones políticas, de abusos de poder y de errores gubernamentales, como cualquiera más. No más terrible que ningún otro, ni tampoco menos trágico. Cuba es un país normal, me parece.
Aquellas críticas al movimiento -las formas y los excesos- y a la figura de Fidel Castro que comenzaron con aquel Octavio Paz en la década de los 60, y germinaron en los Monsivais, Krauzes y demás militantes de la izquierda mexicana, y que hoy se encapsulan en frases coléricas como la de Vargas Llosa en la FIL diciendo que “la historia (a Fidel) no lo absolverá”, me parecen críticas venidas a cursis rayando en lo teatral y en lo aparatoso. Críticas para la foto y para los tabloides. A Fidel Castro ni lo absolverá ni lo condenará la historia: simplemente lo explicará. Y ya está.
A aquellos (Jorge) Castañedas (quién, en cada aparición que puede, parece decir entre líneas que López Obrador es culpable de Cuba, México, la muerte de Fidel y los problemas del mundo todo), los Gil Gamés, los Aguilar Camín, los Zuckermann, los Chumel Torres y tantos más que acusan a Fidel Castro y su Cuba de ser una interminable verborrea de buenos deseos, pobreza extrema y desolación: me gustaría atizarles algo recordado por Carlos Marín (con quien he estado de acuerdo solo una vez en mi vida: ésta) en su columna del Lunes 28 de Noviembre:
La Operación Carlota
En 1975, después de aquella tierna Revolución de los Claveles en Portugal, que tuvo como consecuencia la independencia de todas sus colonias, entre ellas Angola, en medio de una guerra civil auspiciada por Estados Unidos para desestabilizar la región: Cuba decidió mandar tropas. Para ayudar. Durante más de 16 años (de 1975 a 1991) el gobierno cubano aportó más de 52 mil combatientes, cerca de 450 mil servidores de guerra (médicos, ingenieros, y maestros) además de 2,655 muertos.
La presencia de Cuba en África significó la independencia de Angola, la de Namibia y la de la caída del apartheid en Sudáfrica. Así como lo oye. Cuba llevó su libertad –y su discurso- a combatir el racismo y la opresión de las naciones africanas cuando nadie más lo hizo. Mandela se refirió siempre a Fidel como “un hermano”, y al pueblo entero cubano le expresó siempre su “gran deuda”. Fidel caminó por las calles de Johannesburgo como héroe nacional, y recibió una reconocida ovación en su entrada al Congreso Nacional de Sudáfrica, aquel lejano 1994. La «Operación» lleva el nombre de una esclava negra lecumí, quien lideró el levantamiento en armas de un grupo de esclavos en un ingenio azucarero de la Cuba de 1843: Carlota.
…
A las Yoani Sánchez del mundo, y a los intelectuales de izquierda que han encontrado en la destrucción de los ideales revolucionarios cubanos –y de sus huestes- la única forma de volver al camino del bien, y también para todos aquellos que encontraron en la muerte de Fidel tristeza (naturalmente) pero que se han sentido apenados de expresarla en voz alta porque en Cuba no tienen Twitter: párenle a su tren del mame. Nunca sienta usted pena por la muerte de alguien. Que la muerte de Fidel no significa la erradicación de la pobreza extrema en Cuba (simplemente porque no existe), ni tampoco significa el fin de la malaria antidemocrática (que esa misma democracia tan aclamada: ha puesto hoy a Trump en el trono). Significa solo eso: una muerte. Que el país que le precede hará lo suyo, por los suyos. Que Cuba hará lo suyo. Como siempre.
Cierto es que aquella vieja izquierda dogmática, la de los interminables discursos (cursis) en las plazas, la de los buenos deseos y la verborrea imparable: debe progresar. Claro que debe progresar. Y progresará. Anden con cuidado.
Que para eso sí sirve la historia. Y los discursos cursis. Como éste.
…
Aquí mi colofón -también cursi- a Fidel (el Dictador de la educación y la salud, el tirano que apoyó la independencia en África) la sustraigo de aquella Canción del Elegido de Silvio -dedicada (por él) a Abel Santamaría pero igual de aplicable-: “y comprendió que la guerra era la paz del futuro”… y que “lo hermoso, nos cuesta la vida”.
Vaya que sí.
Super articulo te felicito. Totalmente de acuerdo, Cuba un país normal pero mejor que muchos otros aunque a algunos les duela reconocerlo.
Definitivamente de acuerdo contigo. Cuba es un gran país y Fidel fué su líder, con muchos pasajes negros en su historia, si se quiere, pero ahora con un país de gente modesta, educada y sobre todo viviendo plenamente, si, los cubanos que fueron a Miami viven el sueño americano, pero a costa de volverse palurdos y carne de programas escandalosos.
Cuba es un gran país y Cuba con o sin Fidel buscará su propio camino. Ojalásepan como mejorar ese que ya llevan sin convertirlo en el que a nuestra cultura la lleva al precipicio.
Saludos.