Tu muerte me agarró a mitad de la función de El bebé de Bridget Jones. Esta vez la rechoncha cuarentona británica no sabe quién es el padre de su hijo. Se acuesta con dos, les miente, y la lía. Al final se casa con el que resulta ser el verdadero padre. El mismo tipo (de las primeras dos películas) al que no dudaba en dejar a la deriva cada vez que Hugh Grant le sonreía tantito. En mi opinión: no lo merece. Sí, Colin Firth se merecía más. Lo siento.
Pensaba, mientras me bebía mi cuarta cerveza (porque, entenderás que para aguantar esas dos horas se necesitaron de refuerzos) en la doble y triple, y cuádruple moral sensiblona en la que se puede convertir este discurso moralista de la igualdad de género. Esa ironía falsa de la que hablabas al comienzo de tu No hubo barco para mi (2013). Como es tan fácil equivocar el discurso de la igualdad. Ya sea por exagerar o por predicar. O por querer quedar bien. O querer quedar mal. Siempre se corre el riesgo de no decir nada. O –peor aún- de decir lo equivocado. Lo contrario.
Pensaba que, si el protagonista de la película hubiera sido un hombre que embarazó a dos mujeres, a las que les miente, las enamora a las dos, y además se hace la víctima pues, no habría podido exhibirse la película. Quizá llamada: El bebé de Juan José. No en este 2016. Las feminazis habrían boicoteado. Me supongo. Entonces ¿cuál igualdad?.
Me temo que lo que Hollywood quiera decir es que la igualdad de género es el derecho compartido a la poligamia. Que lo cool es que ahora las mujeres también pueden ser unas culeras. Y salirse con la suya. Vamos todos celebrando esa igualdad de derechos. El derecho al engaño. A la burla. Pues vaya. No sé si vaya por ahí la cosa. Me parece que no.
Lo que sí sé es que esa línea de pensamiento me ha llegado a mi a través de ti. Eso ganaba uno con leerte. Hace tiempo que estaba un poco obsesionado contigo. Con tus ideas sueltas y libres, pero mucho más con tu prosa. Por precisa. Por violenta. Muy de acuerdo en tantas de las cosas que decías, y en otras, pues no. Lo que sí es que me tenías enamorado de tu forma -tan exacta- de decirlas. Nada como ir al grano. Luis.
Odiar siempre (y mucho) los lugares comunes. Gracias por eso. No ir con el cauce del río, ni habitar en la retórica. No importa que el río parezca que corra a la izquierda, o que la retórica sirva para cultivar la utopía. Mejor nadar. Mejor remar. Mejor preguntar más y contestar menos. Mejor no envolverse en rollos. Pinche Pepe, te hubieras ido a por él, carajo. Se hubieran ido al diablo. Juntitos.
Los opinólogos se encienden cuando hablan de ti o tus ideas. Que si te fuiste tanto a la izquierda que te saliste por la derecha. Me quedo con aquello de que tenías un “público por convencer” y no “uno de convencidos” mientras explicabas tu salida -más bien corrida- de La Jornada, en aquella dedicatoria Carlos Monsiváis: El gran murmurador. Del que también comparto algunas cosas. Sí, mucho más tus formas, pero también tu fondo. Ese de que no importa a dónde nos lleve la palabra. Mientras nos lleve. Mientras la palabra esté apegada a la verdad. A la cruda, cruel, honesta, pero inapelable verdad. Que ese es el camino. El único camino. La verdad.
El mejor de los escritores mexicanos en tanto tiempo. Si me preguntan. Y espero me pregunten. Por favorito y subestimado -quizá últimamente ignorado-. Por conciso y hondo. Fuiste incorrupta congruencia. Qué desfachatez. Mira que quitarte la vida un 2 de Octubre. Tu última homilía: irte tú a tu tiempo, al de nadie más. Cuánta libertad. Cuánta coherencia. Vete mucho a descansar en paz. Cabrón.
Aquí tú, diciéndonos que te morías: Podemos adivinar el futuro…
*Nota al pie:
Escribo esto en segunda persona y no en tercera (ya sé). Pero es que así me gusta hablarle a los muertos. De tu. Confieso que ayer pasé la noche leyendo tus últimos tuits y casi me suelto a llorar. Mientras te despedías de tu Pepe y le pedías que te abriera los brazos. Quién sabe dónde. Mientras compartías tu última foto, en alguna playa de Grecia, y entonabas un Salmo de David.
Por favor: no lo abandonen.
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